Con un ligero descenso de fallecidos en España, con un control relativo de la curva de la epidemia de la COVID-19, y con medidas de desconfinamiento poblacional progresivo – que ya han empezado -, podemos afirmar que estamos entrando en la Fase II de la COVID-19, o lo que se conoce como la desescalada. Ya sabemos que esta desescalada será gradual y asimétrica dependiendo del territorio y del tipo de actividad, proceso éste que está siendo anunciado desde hace más de dos semanas. Y ya se está trabajando con el documento elaborado por el comité de expertos adscrito al Ministerio de Sanidad donde se recogen los parámetros y medidas a tener en cuenta en esta fase que denominamos Fase II, ya que la era post COVID 19, literalmente, aún está lejos en el calendario para muchos sectores de actividad.
Patronales, asociaciones empresariales, confederaciones de empresas y empresarios, federaciones, ya están realizando diferentes manifestaciones públicas, a través de sus portavoces, sobre qué medidas deberían aplicarse en esta Fase II con el fin de salvar el mayor número de empresas posibles y, por ende, de empleos. Y es que, en estos momentos, el proteger un interés común y defenderlo ante nuestros diferentes stakeholders, va a ser uno de los planes de acción más importantes que van a tener que poner en marcha estos organismos representativos de los diferentes sectores de actividad que siempre han operado en el mercado y que ahora se han visto impactados de forma muy distinta.
Porque es ahora, en momentos de crisis, y esta es LA CRISIS POR ANTONOMASIA, cuando el asociacionismo debe jugar un papel clave y altamente proactivo. La sociedad, sí la sociedad y no sólo las empresas, necesita que, a través de estos organismos asociativos (sean del tipo que sean) existan planes de actuación, diferentes y posibles, para poder gestionar el reto al que nos enfrentamos, que no es otro que el de intentar minimizar las consecuencias sociales y económicas de la COVID 19, y esto desde ya.
Todas ellas – patronales, asociaciones empresariales, confederaciones de empresas y empresarios, federaciones – deberían estar trabajando para generar aquellas indicaciones y recomendaciones que los sectores de actividad a los que representan necesitan para retomar la normalidad cuanto antes, y cuando el marco legal lo permita en algunos casos. Porque es la única forma en que todos sus representados, con independencia del tamaño de su negocio, su facturación, su número de empleados, su liquidez, etc. puedan volver a su actividad cuanto antes, y entre todos devolverle el dinamismo al sector, independientemente del punto de partida en el que éste se encuentre tras la Fase I de la COVID-19 que empezó el pasado 14 de marzo con el Estado de Alarma.
Recordemos que, en España, la mayor concentración empresarial, la encontramos en pequeñas y medianas empresas que, a menudo, precisamente por su tamaño, no tienen a su alcance ni el conocimiento, ni los recursos para afrontar un reto de semejante envergadura y, es ahí precisamente y, sobre todo, donde este tipo de organizaciones asociativas pueden y deben jugar su papel. Todas las empresas que operan en un mismo sector de actividad tendrán el mismo tipo de escenarios a los que enfrentarse en esta Fase II de la COVID 19, la única diferencia entre ellas será la complejidad de su gestión en función del tipo de empresa (tamaño, recursos, etc.).
Y también es ahora cuando las empresas, líderes o no líderes, grandes, pequeñas o medianas, deben confiar en su entramado organizativo para intentar ayudarse entre ellas. Aquí también veremos una práctica de protección de la reputación sectorial muy importante. Todo ello es una gran oportunidad dentro de esta compleja crisis.
Durante la última semana, han ido apareciendo diferentes publicaciones en diferentes medios de comunicación de portavoces de asociaciones sectoriales muy castigadas por la COVID-19, donde se hablaba de posibles medidas a emprender para la reanudación de la actividad. Medidas que, sin duda, serán probablemente viables para las grandes empresas representadas en dichos sectores de actividad, pero imposibles para las pequeñas y medianas empresas que, de aplicarse, se verán abocadas a echar el cierre. Y aquí es donde, desde una visión externa, consideramos que las asociaciones están fallando ya que no están cumpliendo con uno de los puntos fundamentales siempre presente en sus estatutos: el trabajo por y la protección del sector que representan. Ahora más que nunca hay que evitar, a toda costa, que las grandes empresas capitalicen estas medidas en detrimento de las pequeñas, o lo que llamaremos el efecto Golliat contra David.
Sabemos que no será tarea fácil porque las empresas – las mismas que conforman ese entramado organizativo – están inmersas en la gestión de una crisis altamente activa. Y pensar más allá del día a día ha sido muy difícil hasta ahora, pero hay que empezar a hacerlo.
Al igual que en todas las crisis, con independencia de su magnitud, estos organismos pueden ayudarnos a establecer escenarios, analizar riesgos, elaborar planes de acción y materiales que formen parte de los planes de acción, tales como guías, manuales, protocolos, así como recomendaciones para ayudar a las empresas a afrontar este nuevo reto. En definitiva, las organizaciones asociativas pueden convertirse en un punto de referencia y apoyo fundamental para que la empresa salga adelante, cada una desde su realidad.
Tampoco podemos olvidar que la interacción del sector con las administraciones públicas (esos aliados que no vamos a poder obviar para poder afrontar este nuevo reto) la ostentan principalmente estos organismos asociativos. Por ello, hay que trabajar sin perder de vista el interés común que representan. Porque, sólo de esta forma, todas las empresas tendrán acceso al conocimiento compartido que podrán adaptar a su realidad particular y a sus necesidades. Ahora toca ayudar y dar apoyo a las empresas, a nuestros asociados, porque si no estamos ahora al 150%… ¿cuándo vamos a estar?